viernes, 27 de marzo de 2009

MÁS ALLÁ DE TODO











“La trigueña Encarnación, cuando se pone a bailar, no hace más que tararear lo que la orquesta interpreta…”
(El paso de Encarnación / Larry Harlow)


Esta mañana cuando desperté me vi muerto en mi lecho, pero a diferencia de muchos cadáveres que había visto, el mío era bello, exquisito, y hasta podría asegurar que sólo descansaba.
Al verme tan tranquilo me fui acercando con cierta discreción, pues consideré que de hacerlo con prisa y morbo, podría ocasionar alguna clase de ruido y romper el fascinante momento que estaba viviendo, y por consiguiente ser partícipe de la aparición del olor a tierra húmeda y removida que antecede a la podredumbre.
¿Pero si yo estaba muerto, cómo había muerto?

Era difícil saberlo, pues lo único que recordaba era que la noche anterior, y hasta la madrugada, había estado dándole gusto a mi cuerpo y al espíritu, y que mientras departía con algunos amigos, había visto a una mujer que me cautivó, y que en ese ir y venir de miradas y de ganas, había aceptado bailar conmigo sin conocerme.

Recuerdo que tenía una mirada profunda que permitía ver reflejados en sus ojos cortejos evanescentes de figuras encapuchadas, cuyas siluetas no parecían ser humanas, y que ante este acontecimiento extraño quise liberarme de sus manos, pero desistí cuando me sonrió relamiéndose los labios con la puntita de la lengua:
-Me llamo Encarnación como la mulata de Larry Harlow. No temas. Lo que has visto es lo que nunca te atreviste a aceptar, lo que no hiciste por culpa de la moral que te inculcaron-

Pasó una semana después de nuestro primer encuentro, y dos antes de que me animara a buscarla, y en esta mañana, o quizás noche (los muertos no tenemos horario), recuerdo que al llegar a su casa la besé y descubrí que sus labios eran fríos. Quise tenerla ahí mismo, pero me detuvo mirándome como un animal nocturno y asustado que hace uso del compuesto blanco de su retina, de la superficie reflectora que permite que la luz rebote hacia el frente del objeto para darle a sus ojos una segunda oportunidad de absorber la luz de las imágenes.

-Quiero que me des el calor que guardas en tu boca, quiero que me hagas sentir que estoy viva, quiero que me ames toda la vida, todos los años, los meses y los días-
Encarnación me condujo a través de los valles y las cordilleras que le atravesaban el cuerpo, y fue entonces que aparecieron entre nosotros deliciosos roces provocados por convexidades que nos arrastraron hasta placeres líquidos que se encontraba encerrado en nuestros cuerpos.
Sentí que su piel florecía, y hasta parecía que sus movimientos se habían aferrado a cada uno de sus huesos para que su cuerpo crujiera sobre el mío. Creí ver que había envejecido, que se marchitaba en medio de su blanca palidez, y que el salón en el que nos encontrábamos era un espacio aprisionado por todo aquello que existía en la tierra.
No la volví a ver más.

Con el paso de los días extrañé sus olores, la desolación de su cuerpo, y sus pocas alegrías. Durante muchas noches, el recuerdo de sus ojos tristes y profundos, me acompañaron.
Sin que Encarnación hubiera hecho nada diferente a querer encontrarme, nunca más quise saber de ella, y creo que ese fue mi peor error, pues desde ese día comenzaron mis noches de infortunio y mi lucha contra un ser invisible que se negaba a abandonarme, y que cada noche respiraba mi aire.

Sé que todos los sueños se pueden controvertir sin que importe si las imágenes están desfilando a una velocidad vertiginosa. Pero yo no he soñado los sucesos. He recordado una noche en el tiempo, y ahora lo único cierto es que estoy muerto, que tengo una sonrisa vacía dibujada sobre mi rostro, que mi cadáver ha sido olvidado, que mi boca todavía huele a la boca de ella, lo mismo que mi piel, que no hay aire en el lugar en el que me encuentro, que sólo existe el que se ha quedado atrapado en mis puños, sobre todo en el de la mano izquierda en la que me falta el dedo meñique que Encarnación me cortó una noche mientras dormía acosado por su recuerdo.

Luis Carlos Bonilla Sandoval - Junio 3 de 2007

Fotografia: Luis Carlos Bonilla Sandoval

3 comentarios:

Sara Mansouri "Saroide" dijo...

Qué intensidad, Luis Carlos. Pura pasión viva de un muerto.

Luis Carlos Bonilla Sandoval dijo...

Saroide:
Gracias por tus comentarios. La verdad, me animas, me gusta leerte, me gusta que te guste lo que me dijo un muerto enamorado
Un beso

Luis Carlos

Sara Mansouri "Saroide" dijo...

¡¡¡Gracias!!! A mí me gusta mucho también venir por aquí. Si no vengo más, es por el tiempo, maldito tiempo... Un abrazote.

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