jueves, 25 de diciembre de 2008

LA MUJER DEL MEDIO DÌA


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Durante el corto tiempo en el que pude tratarla, llegué a la conclusión de que tenía la facultad de hacerse invisible. Recuerdo que apareció en la facultad un día cualquiera rodeada de mariposas azules que se le posaban en los hombros y en la espalda mientras caminaba, y despidiendo un aroma delicioso que se quedó conmigo para recordarme que las mariposas son libres.
Una tarde después de haberla escuchado hablar de sus sueños y de sus frustraciones, mi alma se fracturó, y fue en ese preciso momento que sentí la necesidad de dar por terminada nuestra conversación, considerando que necesitaba caminar para olvidar el momento, y para dejar atrás su aroma de hierba húmeda, su fragilidad de mariposa, y su voz de cristal roto.
Rayando el sol, y mientras caminaba por una calle céntrica que siempre me había llamado la atención por su diseño estrecho y por sus fachadas de principios del siglo veinte, creí verla asomándose de manera misteriosa través de una vidriera circular construida a ras del viatorio por el cual me desplazaba.
Para salir de dudas, y con el corazòn a punto de estallar, me acerqué con la intención de escudriñar el interior en donde quizás estaría la mujer ocultándose, pero me fue imposible hacerlo. El desorden en el habitáculo, la poca luz del mismo, y la suciedad que cubría las lunas, me lo impidieron, ademàs la puerta de ingreso y las ventanas, habìan sido clausuradas por las autoridades locales debido a los extraños acontecimientos que se presentaron en el inmueble mientras estuvo habitado.
A medida que pasaban las semanas, mis ansias de descubrir el enigma de la mujer del medio día, y la fascinación de investigar el interior del cuarto en el que supuestamente se encontraba, se convirtieron en una obsesión que terminó por afectar mi comportamiento, situación que además produjo en mí un deterioro físico que me llevó a salir únicamente en las noches.
No transcurrió demasiado tiempo entre el día en el que creí verla a través de la vidriera, y mi ingreso a la habitación. Recuerdo que pude hacerlo finalizando el mes de Junio aprovechando que algunos trabajadores de la municipalidad habían hecho un foramen en una de las paredes del inmueble para iniciar su demolición del edificio.
Después de una titánica labor, pude ingresar, pero solo hasta una puerta que no aparecía en mis planes, y que para mi desgracia bloqueaba el ingreso a un pasillo estrecho, el cual, según mis cálculos comunicaría el lugar en el que me encontraba, con la habitación a la que deseaba ingresar.
Cuando pude franquearla encontré a mi paso algunos recipientes metálicos cubiertos de herrumbre, un odre empolvado, y un patín solitario para la práctica de deportes de invierno que colgaba de una pared aún sin demoler. Un poco más allá del sitio en el que me topé con los cachivaches, y mientras caminaba a tientas, descubrí una repisa abarrotada de envases en los que alguna vez, y gracias al olor fuerte que despedían, supe que habían contenido pinturas, disolventes, y venenos para combatir insectos, incluyendo mariposas.
Creyendo que mis dificultades habían terminado, una puerta más pequeña que la primera apareció en el interior de lo que parecía ser un primer salón. Su altura escasa, así como la estrechez de su marco, me llevaron a pensar que el esfuerzo había sido inútil, pero yo no estaba dispuesto a dejarme vencer por este nuevo obstáculo ahora que estaba a punto de develar el misterio de la mujer mariposa.
Haciendo uso de nuevos bríos, pude atravesar la nueva puerta, y cuando estuve del otro lado de la portilla, advertí que la humedad de la penumbra, y la putrefacción que flotaba en el ambiente, todo lo envolvían como si fuera una mortaja. Mi perturbación aumentó cuando vi en el centro de lo que parecían ser abismos ignorados, a la mujer que había conocido un medio día cualquiera. Colgaba inerme del techo, y a su alrededor, en la misma posición, y en el mismo estado de abandono, se encontraban un número no determinado de crisálidas con los vientres abiertos acompañándola en la muerte.
Un tic-tac que parece provenir del interior de mi almohada, ha logrado ingresar al lugar más recóndito de mi cerebro para indicarme que son las nueve y treinta de la mañana del último mes de Junio del año 2004, y mientras trato de desconectar la suspensión voluntaria y transitoria del raciocinio que me había permitido darle espacio y tiempo al espíritu, me entero de que el despertador sonó hace más de tres horas, que he perdido el metro de las seis de la mañana, y por consiguiente el empleo.
Luis Carlos Bonilla Sandoval - Medellín, Julio 07 / 2004

martes, 16 de diciembre de 2008

MUCHACHA OJOS DE PAPEL Y LABIOS DE AYER


Dedicado a D.R. (Donde te encuentres)

Te has ido en silencio, y sin mirar atrás.
Finalmente he entendido el significado de la palabra “Te extraño”, y para que sepas que realmente te extraño, todo aquello que empezamos a compartir y a construir desde ese domingo cuando nos encontramos en la calle, y que ahora siento tan distante, sigue en el mismo lugar.
A un lado de mi cama está la bandera de tu carne, y en la almohada, el rastro de los besos fugitivos que lograron escapar de las hojas del libro que leíamos cuando comenzamos a ser el uno del otro.
Recuerdos crujientes como música para sordos, otras veces húmedos y atravesados por tus miradas, quizás las últimas, y esa sensaciòn que todavìa me lleva a creer que escucho tu voz, y que escalo en tu compañía la cima de tus volcanes a punto de explotar. Hoy puedo decir que fue maravilloso vivir nuestra propia Pompeya.

Viendo tus labios tan cerca de los míos, dudé muchas veces de mi cordura, pues durante nuestras lecturas no sabía si eras real, o si por el contrario eras el producto de mis soledades y de la impresión que me causaste al imaginarte desamparada.

Arriba de la hoja que rasgaste (¿Por qué lo hiciste?), está la huella visible de tus labios, y el rastro invisible de tu nariz y de tus ojos. Puedo imaginarlos, como también puedo imaginar que hacia el sur están tus pechos, tu vientre claro y oscuro, tu Monte de Venus, y las voces reconstruidas de los que admiraron tu paso y alborotaron sus sentidos pensando que podían comprar tu cuerpo para tener historia.

Reminiscencias distantes que me han permitido construir una vida nueva, un espacio en el que por mi condición de soñador, tendré cabida, y reflexiones sobre la vida, las que he podido desmenuzar gracias a que la muerte me trajo en este amanecer, momentos de cordura y de sensibilidad, aunque te confieso, me gusta màs el desatino.
Como ves, soy tu único doliente en este albor de soledades, y lo único que me ata al mundo que dejaste, es el tictac desesperante del reloj que adorna la pared del salón al que he venido a verte por última vez.

Son las seis de la mañana del primer día de los muchos que no estaremos juntos, y pareciera que en este lugar que ahora hace parte de mi historia, el tiempo no transcurre, y que lo único cierto es que en la barca siempre habrá espacio, y que solo ayer decidiste pedirle al barquero que te trasladara a la otra orilla para que yo viviera atormentado con tu recuerdo.

¿Eres mejor que las anteriores? Pasión insospechada. ¿A cuál de todos mis amores te pareces? No lo sé. Soy insaciable, y como no volveré a tener noches llenas de besos y amaneceres húmedos vividos durante mis marchas a través de las cordilleras y valles de tu cuerpo, tampoco quiero hacerme daño recordando tu olor y el sonido de tu ropa deslizándose lentamente por tu cuerpo ansioso.

No te olvidaré (A la fuerza quizás lo haga). No ahogaré lo que me queda de ti en muchas tazas de café y en una cama sin tender, y quiero que sepas, que de ese ayer que compartimos, solo quiero retomar vicios que me enloquezcan y me lleven a la muerte para poder estar contigo en el mundo de papel que construiste.

Viéndote yerta, distante y vestida de blanco, he recordado que nadie supo que la opacidad de tus ojos y el inconfundible aroma de la cadaverina y los antisépticos que luchaban contra los tejidos que se morían, estuvieron acompañados de las consabidas preguntas que se hacen en los hospitales cuando alguien muere, y que yo respondí sin conocerte, aunque me hubiera gustado que hubiera sido diferente. Nunca sabrás que tuve que reinventar tu historia a partir del pasado efímero que tuvimos, y de un presente que con el transcurrir de las horas luchó por su existencia. ¿Cómo se llamaba? ¿Cuántos años tenía? ¿Cómo pasó? ¿Dónde vivía? ¿Es usted familiar? Firme aquí que enseguida lo llamamos.

Querida mía. Ya vives en el lugar en donde las estrellas descansan después de haber compartido el amor de los enamorados. No regreses, quédate en las profundidades de la Vía Láctea, escucha el sonido distante de los cazadores y sus perros. Ocúltate detrás de los menhires. No permitas que vean tu tristeza de mil años, ni tu alma de niña ahogándose en el río negro que corre victorioso.

Hace frío en esta mañana. Ya no podré besar tus senos por encima de los velos que se movían en tus muelles. Nunca más podré disfrutar de sus movimientos de sauce ni de sus aureolas en calma, las que como si fueran nenúfares, flotaron en tus gotitas de sudor. No podré entregarte los aretes que le faltan a la luna, tampoco podré hacerte un collar para tu cumpleaños con las chispas de rocío que las arañas esconden en los vértices y en las líneas rectas de sus redes. El viento llegó primero.

El color de la nieve y sus cristales fríos, reposan sobre tu cuerpo. Tengo la voz quebrada, y he perdido mi libertad con tu partida. Tú en cambio comenzarás a disfrutarla eternamente en medio de monolitos blancos, flores marchitas, fechas de nacimiento y de muerte.
Ya no me importará que tu vestido blanco esté cubierto de tierra y de gusanos, pues podré volver a soñarte cada vez que abra el libro y me encuentre con tus besos olvidados.

Este escrito está inspirado en los besos que encontré abandonados en un libro de la obra completa de Arthur Rimbaud (Prosa y Verso), y que D.R. dejó sobre las páginas que le dieron vida a las denuncias que aparecen en “Bárbaro”, y en las que le cantaron a la muerte en Ofelia”.

Medellín, Mayo 14 de 2007

sábado, 13 de diciembre de 2008

DEVASTACIÒN



“Hay una casa en ruinas, en donde nace el sol….”
(La casa del sol naciente / The Animals)

-No salgas-dijo la mujer presa de pánico aferrándose a las solapas del saco de un hombre que se encuentra acostado en una cama con la mirada perdida más allá de la opacidad que se ha amalgamado a los muebles y las paredes de la habitación.
-Las noticias que emite la radio no son alentadoras. Se dice que ha muerto mucha gente, que el pueblo está invadido de hormigas de Fuego Roja, y puede ser posible que seamos los únicos sobrevivientes.-
El hombre continuó en silencio, y esto enervó aún más a la mujer, quien al verlo en ese estado de idiotez, se despacho con un sartal de improperios y de reclamos que acompañó con puñetazos al aire.
-¿Pero….y es que no escuchas el ruido?- le increpó la mujer sacudiéndolo con fuerza y rabia como si quisiera arrancarle todo aquello que nunca le había dado.
-¿Acaso no sientes el estropicio que parece provenir del fondo de la tierra?-Ricaurte continuó con la mirada perdida y con un estatismo de mueble viejo que obligó a su mujer a santiguarse pensando que estaba muerto.
La idea de que pudiera haber estado a solas con un cadáver, la llenó de espanto, aunque trató de animarse pensando que si Ricaurte no le contestaba, quizás sería porque dormía la borrachera de todos los domingos, ó porque no le daba la gana contestarle como era su costumbre. Sin embargo al verlo con los ojos abiertos como si se tratara de un bagre recién sacado del agua, y sin la prótesis dental, le hicieran pensar lo contrario.

Un nuevo día llegó para sumàrsele a los dos que habìan transcurrido, y con las primeras luces del tercero, arribaron enjambres de moscas verdes que hicieron más evidentes el olor a difunto que invadía la casa. Y fue tan solo en ese momento, que Evenilda Moscote se dio cuenta de que había estado hablándole a un muerto, y que a la casa se la estaban llevando las hormigas.


Luis Carlos Bonilla Sandoval - Mayo 13/2007 (Adaptación del 8° sueño de Carl Gustav Jung)

jueves, 11 de diciembre de 2008

LA ESPERA

A la muerte no hay que buscarla, hay que evitarla y no correrle, por que de todas maneras, lo alcanza a uno. Para que pensar en ella, si la mantenemos pegada a la oreja

(Imaginería popular)



Desde el interior de la habitación, acompañado por los presentimientos que le produce la enfermedad que lo agobia, y el aroma que despiden algunos frascos que contienen remedios y pócimas salvadoras que quizás le devuelvan la salud, Sibarit Pedreiros espera la muerte.

Hace algunos días, y después de innumerables visitas realizadas a diferentes centros hospitalarios, se ha enterado de una triste y cruda realidad:

Se encuentra sufriendo una de ésas enfermedades que los médicos del siglo XX catalogaron como tratables, y que los médicos del siglo XXI llaman terminales.

Para su reposo, la familia a dispuesto una habitación en la parte posterior de la casa, buscando con esto que tenga algo de paz, y la posibilidad de ver muchos amaneceres a través de una ventana que da a la plaza principal, y que las algazaras que producen los chicos cuando persiguen ratones por toda la estancia, no le ocasionen ninguna clase de contrariedad ahora que se encuentra tan irritable.


Mojado por un silencio herrumbroso, y mientras escucha a la distancia el sonido que producen los grillos y las voces de los niños que anuncian la terminación de la cacería de roedores, el hombre observa que la puerta de la habitación está completamente abierta, y que bajo el marco, se halla la figura alta y desgarbada de un personaje que ha estado evitando desde hace algún tiempo. Ahí está en toda su magnitud la muerte, su muerte, aunque ahora luce más vieja y desgastada que la última vez que tuvo la oportunidad de verla.

Incorporándose en el camastro y tratando de mostrar un mejor semblante, Sibarit conmina al visitante para que ingrese y se siente en un taburete que permanece en uno de los rincones, y en el que podrá, si así lo desea, descansar de su largo viaje.

La muerte hace caso omiso y permanece de pié, expectante, misteriosa y cruel, pero a pesar de todo los calificativos que representan su existencia, no puede ocultar la tensión que le produce encontrarse de nuevo con Sibarit, quien en este nuevo presente trata de alargar su vida mientras combate el dolor que le produce la metástasis dictaminada por los médicos.

Mirando fijamente al hombre que tiene en frente, abre la boca, y con una voz cavernosa que parece salir del fondo de sus entrañas, le ordena que arroje todos los medicamentos, y que silencie los rezos de las personas que se encuentran en el salón principal de la casona. El enfermo la mira y accede a la primera solicitud sin replicar. Sabe que ya no necesitará las medicinas ni el cartapacio de fórmulas expedidas por el galeno de la familia, pero sacando fuerzas de flaquezas, antepone entre su visitante y el hilo de vida que le queda, su fe en Dios.


Al no conseguir que el hombre deje de lado sus convicciones religiosas, la muerte se acomoda el sudario y maldice en voz baja, luego con falsa cortesía se acomoda en la banqueta buscando quizás, inspirar un poco de confianza en el hombre, o encontrar una fisura en el ambiente que le indique que la hora final ha llegado.


-Te esperaba muerte.

-Lo sé-.

-¿Muerte, es inevitable mi partida?-

-Sí, porque polvo eres y en polvo te has de convertir para ser recordado por los tuyos-.

-¿Pero muerte, acaso tú sabes que es recordar?-

-Recordar, es la sensación que se queda flotando en el tiempo. Recordar es dejar todos y cada uno de tus momentos, en cada uno de tus familiares para que vivas eternamente en ellos.-

-Pero muerte... A mi no me interesa la eternidad-.

-También lo sé porque no eres eterno, y por eso debes saber que yo soy el final del recorrido que iniciaste al nacer. Soy la ley de la vida, tu compañera inevitable. Yo soy la muerte, tu muerte-.

-No te equivocas muerte, también sabes que te he estado evitando. Dame otra oportunidad, quiero vivir, me faltan algunas cosas por organizar-.

-Para tu información, el carcinoma que te afecta, siempre ha estado contigo, y te acompañará hasta completar el ciclo. Igualmente quiero que sepas, que si la ciencia no avanza, vendré siempre a dar descanso y a terminar con el dolor que producen las dentelladas de la bestia que anida en el interior del cuerpo de los hombres-.

-Muerte, quizás no sepas que existe otra manera de morir llamada olvido.

-También lo sé-. Contestó la muerte.

-¿Y entonces si lo sabes, porque no me olvidas, me dejas y te vas?

-Es imposible hacerlo-.Volvió a replicar la muerte.-No puedo volver por tercera vez a recordarte nuestro compromiso-.

-¡Muerte, para que lo sepas de una buena vez, entonces rezaré por mi vida!


El humo producido por la quema de ramo bendito, así como algunas jaculatorias y responsos en latín que han ingresado desde el salón principal a la habitación, han obligado a la muerte a incorporarse de manera presurosa del asiento en el que ha estado apoltronada por más de doce horas, luego como si quisiera protegerse de las sensaciones que flotan en el ambiente, se atrinchera en uno de los rincones de la habitación, y comienza a gemir y a reacomodar su mortaja tratando de cubrir sus huesos que han empezado a crujir y a convertirse en polvo....Se ha enterado de que en la noche que terminò, y en la mañana que recièn empieza, nadie ha muerto en el mundo. Ni siquiera Sibarit Pedreiros.


Al fondo, sobresaliendo por encima de los tejados y los ruidos de siempre, se escucha el tañido de las campanas de la iglesia. Tocan a muerto. La muerte que Sibarit Pedreiros estuvo esperando durante mucho tiempo, ha muerto. Lo anuncian los carteles de la funeraria.


Luis Carlos Bonilla Sandoval (Medellín, Julio 13 de 2004)



     DIATRIBA FRENTE AL ESPEJO®   Como sabía que en el Taller de Literatura de la universidad, el profesor me iba a preguntar el signi...