jueves, 25 de diciembre de 2008

LA MUJER DEL MEDIO DÌA


-->









Durante el corto tiempo en el que pude tratarla, llegué a la conclusión de que tenía la facultad de hacerse invisible. Recuerdo que apareció en la facultad un día cualquiera rodeada de mariposas azules que se le posaban en los hombros y en la espalda mientras caminaba, y despidiendo un aroma delicioso que se quedó conmigo para recordarme que las mariposas son libres.
Una tarde después de haberla escuchado hablar de sus sueños y de sus frustraciones, mi alma se fracturó, y fue en ese preciso momento que sentí la necesidad de dar por terminada nuestra conversación, considerando que necesitaba caminar para olvidar el momento, y para dejar atrás su aroma de hierba húmeda, su fragilidad de mariposa, y su voz de cristal roto.
Rayando el sol, y mientras caminaba por una calle céntrica que siempre me había llamado la atención por su diseño estrecho y por sus fachadas de principios del siglo veinte, creí verla asomándose de manera misteriosa través de una vidriera circular construida a ras del viatorio por el cual me desplazaba.
Para salir de dudas, y con el corazòn a punto de estallar, me acerqué con la intención de escudriñar el interior en donde quizás estaría la mujer ocultándose, pero me fue imposible hacerlo. El desorden en el habitáculo, la poca luz del mismo, y la suciedad que cubría las lunas, me lo impidieron, ademàs la puerta de ingreso y las ventanas, habìan sido clausuradas por las autoridades locales debido a los extraños acontecimientos que se presentaron en el inmueble mientras estuvo habitado.
A medida que pasaban las semanas, mis ansias de descubrir el enigma de la mujer del medio día, y la fascinación de investigar el interior del cuarto en el que supuestamente se encontraba, se convirtieron en una obsesión que terminó por afectar mi comportamiento, situación que además produjo en mí un deterioro físico que me llevó a salir únicamente en las noches.
No transcurrió demasiado tiempo entre el día en el que creí verla a través de la vidriera, y mi ingreso a la habitación. Recuerdo que pude hacerlo finalizando el mes de Junio aprovechando que algunos trabajadores de la municipalidad habían hecho un foramen en una de las paredes del inmueble para iniciar su demolición del edificio.
Después de una titánica labor, pude ingresar, pero solo hasta una puerta que no aparecía en mis planes, y que para mi desgracia bloqueaba el ingreso a un pasillo estrecho, el cual, según mis cálculos comunicaría el lugar en el que me encontraba, con la habitación a la que deseaba ingresar.
Cuando pude franquearla encontré a mi paso algunos recipientes metálicos cubiertos de herrumbre, un odre empolvado, y un patín solitario para la práctica de deportes de invierno que colgaba de una pared aún sin demoler. Un poco más allá del sitio en el que me topé con los cachivaches, y mientras caminaba a tientas, descubrí una repisa abarrotada de envases en los que alguna vez, y gracias al olor fuerte que despedían, supe que habían contenido pinturas, disolventes, y venenos para combatir insectos, incluyendo mariposas.
Creyendo que mis dificultades habían terminado, una puerta más pequeña que la primera apareció en el interior de lo que parecía ser un primer salón. Su altura escasa, así como la estrechez de su marco, me llevaron a pensar que el esfuerzo había sido inútil, pero yo no estaba dispuesto a dejarme vencer por este nuevo obstáculo ahora que estaba a punto de develar el misterio de la mujer mariposa.
Haciendo uso de nuevos bríos, pude atravesar la nueva puerta, y cuando estuve del otro lado de la portilla, advertí que la humedad de la penumbra, y la putrefacción que flotaba en el ambiente, todo lo envolvían como si fuera una mortaja. Mi perturbación aumentó cuando vi en el centro de lo que parecían ser abismos ignorados, a la mujer que había conocido un medio día cualquiera. Colgaba inerme del techo, y a su alrededor, en la misma posición, y en el mismo estado de abandono, se encontraban un número no determinado de crisálidas con los vientres abiertos acompañándola en la muerte.
Un tic-tac que parece provenir del interior de mi almohada, ha logrado ingresar al lugar más recóndito de mi cerebro para indicarme que son las nueve y treinta de la mañana del último mes de Junio del año 2004, y mientras trato de desconectar la suspensión voluntaria y transitoria del raciocinio que me había permitido darle espacio y tiempo al espíritu, me entero de que el despertador sonó hace más de tres horas, que he perdido el metro de las seis de la mañana, y por consiguiente el empleo.
Luis Carlos Bonilla Sandoval - Medellín, Julio 07 / 2004

martes, 16 de diciembre de 2008

MUCHACHA OJOS DE PAPEL Y LABIOS DE AYER


Dedicado a D.R. (Donde te encuentres)

Te has ido en silencio, y sin mirar atrás.
Finalmente he entendido el significado de la palabra “Te extraño”, y para que sepas que realmente te extraño, todo aquello que empezamos a compartir y a construir desde ese domingo cuando nos encontramos en la calle, y que ahora siento tan distante, sigue en el mismo lugar.
A un lado de mi cama está la bandera de tu carne, y en la almohada, el rastro de los besos fugitivos que lograron escapar de las hojas del libro que leíamos cuando comenzamos a ser el uno del otro.
Recuerdos crujientes como música para sordos, otras veces húmedos y atravesados por tus miradas, quizás las últimas, y esa sensaciòn que todavìa me lleva a creer que escucho tu voz, y que escalo en tu compañía la cima de tus volcanes a punto de explotar. Hoy puedo decir que fue maravilloso vivir nuestra propia Pompeya.

Viendo tus labios tan cerca de los míos, dudé muchas veces de mi cordura, pues durante nuestras lecturas no sabía si eras real, o si por el contrario eras el producto de mis soledades y de la impresión que me causaste al imaginarte desamparada.

Arriba de la hoja que rasgaste (¿Por qué lo hiciste?), está la huella visible de tus labios, y el rastro invisible de tu nariz y de tus ojos. Puedo imaginarlos, como también puedo imaginar que hacia el sur están tus pechos, tu vientre claro y oscuro, tu Monte de Venus, y las voces reconstruidas de los que admiraron tu paso y alborotaron sus sentidos pensando que podían comprar tu cuerpo para tener historia.

Reminiscencias distantes que me han permitido construir una vida nueva, un espacio en el que por mi condición de soñador, tendré cabida, y reflexiones sobre la vida, las que he podido desmenuzar gracias a que la muerte me trajo en este amanecer, momentos de cordura y de sensibilidad, aunque te confieso, me gusta màs el desatino.
Como ves, soy tu único doliente en este albor de soledades, y lo único que me ata al mundo que dejaste, es el tictac desesperante del reloj que adorna la pared del salón al que he venido a verte por última vez.

Son las seis de la mañana del primer día de los muchos que no estaremos juntos, y pareciera que en este lugar que ahora hace parte de mi historia, el tiempo no transcurre, y que lo único cierto es que en la barca siempre habrá espacio, y que solo ayer decidiste pedirle al barquero que te trasladara a la otra orilla para que yo viviera atormentado con tu recuerdo.

¿Eres mejor que las anteriores? Pasión insospechada. ¿A cuál de todos mis amores te pareces? No lo sé. Soy insaciable, y como no volveré a tener noches llenas de besos y amaneceres húmedos vividos durante mis marchas a través de las cordilleras y valles de tu cuerpo, tampoco quiero hacerme daño recordando tu olor y el sonido de tu ropa deslizándose lentamente por tu cuerpo ansioso.

No te olvidaré (A la fuerza quizás lo haga). No ahogaré lo que me queda de ti en muchas tazas de café y en una cama sin tender, y quiero que sepas, que de ese ayer que compartimos, solo quiero retomar vicios que me enloquezcan y me lleven a la muerte para poder estar contigo en el mundo de papel que construiste.

Viéndote yerta, distante y vestida de blanco, he recordado que nadie supo que la opacidad de tus ojos y el inconfundible aroma de la cadaverina y los antisépticos que luchaban contra los tejidos que se morían, estuvieron acompañados de las consabidas preguntas que se hacen en los hospitales cuando alguien muere, y que yo respondí sin conocerte, aunque me hubiera gustado que hubiera sido diferente. Nunca sabrás que tuve que reinventar tu historia a partir del pasado efímero que tuvimos, y de un presente que con el transcurrir de las horas luchó por su existencia. ¿Cómo se llamaba? ¿Cuántos años tenía? ¿Cómo pasó? ¿Dónde vivía? ¿Es usted familiar? Firme aquí que enseguida lo llamamos.

Querida mía. Ya vives en el lugar en donde las estrellas descansan después de haber compartido el amor de los enamorados. No regreses, quédate en las profundidades de la Vía Láctea, escucha el sonido distante de los cazadores y sus perros. Ocúltate detrás de los menhires. No permitas que vean tu tristeza de mil años, ni tu alma de niña ahogándose en el río negro que corre victorioso.

Hace frío en esta mañana. Ya no podré besar tus senos por encima de los velos que se movían en tus muelles. Nunca más podré disfrutar de sus movimientos de sauce ni de sus aureolas en calma, las que como si fueran nenúfares, flotaron en tus gotitas de sudor. No podré entregarte los aretes que le faltan a la luna, tampoco podré hacerte un collar para tu cumpleaños con las chispas de rocío que las arañas esconden en los vértices y en las líneas rectas de sus redes. El viento llegó primero.

El color de la nieve y sus cristales fríos, reposan sobre tu cuerpo. Tengo la voz quebrada, y he perdido mi libertad con tu partida. Tú en cambio comenzarás a disfrutarla eternamente en medio de monolitos blancos, flores marchitas, fechas de nacimiento y de muerte.
Ya no me importará que tu vestido blanco esté cubierto de tierra y de gusanos, pues podré volver a soñarte cada vez que abra el libro y me encuentre con tus besos olvidados.

Este escrito está inspirado en los besos que encontré abandonados en un libro de la obra completa de Arthur Rimbaud (Prosa y Verso), y que D.R. dejó sobre las páginas que le dieron vida a las denuncias que aparecen en “Bárbaro”, y en las que le cantaron a la muerte en Ofelia”.

Medellín, Mayo 14 de 2007

sábado, 13 de diciembre de 2008

DEVASTACIÒN



“Hay una casa en ruinas, en donde nace el sol….”
(La casa del sol naciente / The Animals)

-No salgas-dijo la mujer presa de pánico aferrándose a las solapas del saco de un hombre que se encuentra acostado en una cama con la mirada perdida más allá de la opacidad que se ha amalgamado a los muebles y las paredes de la habitación.
-Las noticias que emite la radio no son alentadoras. Se dice que ha muerto mucha gente, que el pueblo está invadido de hormigas de Fuego Roja, y puede ser posible que seamos los únicos sobrevivientes.-
El hombre continuó en silencio, y esto enervó aún más a la mujer, quien al verlo en ese estado de idiotez, se despacho con un sartal de improperios y de reclamos que acompañó con puñetazos al aire.
-¿Pero….y es que no escuchas el ruido?- le increpó la mujer sacudiéndolo con fuerza y rabia como si quisiera arrancarle todo aquello que nunca le había dado.
-¿Acaso no sientes el estropicio que parece provenir del fondo de la tierra?-Ricaurte continuó con la mirada perdida y con un estatismo de mueble viejo que obligó a su mujer a santiguarse pensando que estaba muerto.
La idea de que pudiera haber estado a solas con un cadáver, la llenó de espanto, aunque trató de animarse pensando que si Ricaurte no le contestaba, quizás sería porque dormía la borrachera de todos los domingos, ó porque no le daba la gana contestarle como era su costumbre. Sin embargo al verlo con los ojos abiertos como si se tratara de un bagre recién sacado del agua, y sin la prótesis dental, le hicieran pensar lo contrario.

Un nuevo día llegó para sumàrsele a los dos que habìan transcurrido, y con las primeras luces del tercero, arribaron enjambres de moscas verdes que hicieron más evidentes el olor a difunto que invadía la casa. Y fue tan solo en ese momento, que Evenilda Moscote se dio cuenta de que había estado hablándole a un muerto, y que a la casa se la estaban llevando las hormigas.


Luis Carlos Bonilla Sandoval - Mayo 13/2007 (Adaptación del 8° sueño de Carl Gustav Jung)

jueves, 11 de diciembre de 2008

LA ESPERA

A la muerte no hay que buscarla, hay que evitarla y no correrle, por que de todas maneras, lo alcanza a uno. Para que pensar en ella, si la mantenemos pegada a la oreja

(Imaginería popular)



Desde el interior de la habitación, acompañado por los presentimientos que le produce la enfermedad que lo agobia, y el aroma que despiden algunos frascos que contienen remedios y pócimas salvadoras que quizás le devuelvan la salud, Sibarit Pedreiros espera la muerte.

Hace algunos días, y después de innumerables visitas realizadas a diferentes centros hospitalarios, se ha enterado de una triste y cruda realidad:

Se encuentra sufriendo una de ésas enfermedades que los médicos del siglo XX catalogaron como tratables, y que los médicos del siglo XXI llaman terminales.

Para su reposo, la familia a dispuesto una habitación en la parte posterior de la casa, buscando con esto que tenga algo de paz, y la posibilidad de ver muchos amaneceres a través de una ventana que da a la plaza principal, y que las algazaras que producen los chicos cuando persiguen ratones por toda la estancia, no le ocasionen ninguna clase de contrariedad ahora que se encuentra tan irritable.


Mojado por un silencio herrumbroso, y mientras escucha a la distancia el sonido que producen los grillos y las voces de los niños que anuncian la terminación de la cacería de roedores, el hombre observa que la puerta de la habitación está completamente abierta, y que bajo el marco, se halla la figura alta y desgarbada de un personaje que ha estado evitando desde hace algún tiempo. Ahí está en toda su magnitud la muerte, su muerte, aunque ahora luce más vieja y desgastada que la última vez que tuvo la oportunidad de verla.

Incorporándose en el camastro y tratando de mostrar un mejor semblante, Sibarit conmina al visitante para que ingrese y se siente en un taburete que permanece en uno de los rincones, y en el que podrá, si así lo desea, descansar de su largo viaje.

La muerte hace caso omiso y permanece de pié, expectante, misteriosa y cruel, pero a pesar de todo los calificativos que representan su existencia, no puede ocultar la tensión que le produce encontrarse de nuevo con Sibarit, quien en este nuevo presente trata de alargar su vida mientras combate el dolor que le produce la metástasis dictaminada por los médicos.

Mirando fijamente al hombre que tiene en frente, abre la boca, y con una voz cavernosa que parece salir del fondo de sus entrañas, le ordena que arroje todos los medicamentos, y que silencie los rezos de las personas que se encuentran en el salón principal de la casona. El enfermo la mira y accede a la primera solicitud sin replicar. Sabe que ya no necesitará las medicinas ni el cartapacio de fórmulas expedidas por el galeno de la familia, pero sacando fuerzas de flaquezas, antepone entre su visitante y el hilo de vida que le queda, su fe en Dios.


Al no conseguir que el hombre deje de lado sus convicciones religiosas, la muerte se acomoda el sudario y maldice en voz baja, luego con falsa cortesía se acomoda en la banqueta buscando quizás, inspirar un poco de confianza en el hombre, o encontrar una fisura en el ambiente que le indique que la hora final ha llegado.


-Te esperaba muerte.

-Lo sé-.

-¿Muerte, es inevitable mi partida?-

-Sí, porque polvo eres y en polvo te has de convertir para ser recordado por los tuyos-.

-¿Pero muerte, acaso tú sabes que es recordar?-

-Recordar, es la sensación que se queda flotando en el tiempo. Recordar es dejar todos y cada uno de tus momentos, en cada uno de tus familiares para que vivas eternamente en ellos.-

-Pero muerte... A mi no me interesa la eternidad-.

-También lo sé porque no eres eterno, y por eso debes saber que yo soy el final del recorrido que iniciaste al nacer. Soy la ley de la vida, tu compañera inevitable. Yo soy la muerte, tu muerte-.

-No te equivocas muerte, también sabes que te he estado evitando. Dame otra oportunidad, quiero vivir, me faltan algunas cosas por organizar-.

-Para tu información, el carcinoma que te afecta, siempre ha estado contigo, y te acompañará hasta completar el ciclo. Igualmente quiero que sepas, que si la ciencia no avanza, vendré siempre a dar descanso y a terminar con el dolor que producen las dentelladas de la bestia que anida en el interior del cuerpo de los hombres-.

-Muerte, quizás no sepas que existe otra manera de morir llamada olvido.

-También lo sé-. Contestó la muerte.

-¿Y entonces si lo sabes, porque no me olvidas, me dejas y te vas?

-Es imposible hacerlo-.Volvió a replicar la muerte.-No puedo volver por tercera vez a recordarte nuestro compromiso-.

-¡Muerte, para que lo sepas de una buena vez, entonces rezaré por mi vida!


El humo producido por la quema de ramo bendito, así como algunas jaculatorias y responsos en latín que han ingresado desde el salón principal a la habitación, han obligado a la muerte a incorporarse de manera presurosa del asiento en el que ha estado apoltronada por más de doce horas, luego como si quisiera protegerse de las sensaciones que flotan en el ambiente, se atrinchera en uno de los rincones de la habitación, y comienza a gemir y a reacomodar su mortaja tratando de cubrir sus huesos que han empezado a crujir y a convertirse en polvo....Se ha enterado de que en la noche que terminò, y en la mañana que recièn empieza, nadie ha muerto en el mundo. Ni siquiera Sibarit Pedreiros.


Al fondo, sobresaliendo por encima de los tejados y los ruidos de siempre, se escucha el tañido de las campanas de la iglesia. Tocan a muerto. La muerte que Sibarit Pedreiros estuvo esperando durante mucho tiempo, ha muerto. Lo anuncian los carteles de la funeraria.


Luis Carlos Bonilla Sandoval (Medellín, Julio 13 de 2004)



lunes, 17 de noviembre de 2008

ME ESTÀS ATRAPANDO


Para Remy, allà en la Pampa donde surgen tus sueños.
Me hiciste volver hacia las letras de Calamaro.


Me despierto pensando si hoy te voy a ver,
pero es inútil negarlo: tú me estás atrapando otra vez.
Eres un ángel maldito, eres la dama más cruel.
Un arma de doble filo: contigo sólo puedo perder,
tú me estás atrapando otra vez.
Y aunque alguien me advirtió, nunca dije que no,
y ahora tengo que esconder las heridas.
Y ese pulso que jugué, porque quise lo perdí,
Nunca me podré alejar de ti!
Te extraño cuando llega la noche
pero te odio de día,
después me subo a tu coche
y dejo pasar la vida.
Debería dejarte,
irme lejos, no volver.
Pero es inútil negarlo: Tú me estás atrapando otra vez,
contigo sólo puedo perder.
Y aunque alguien me advirtió, nunca dije que no,
y ahora tengo que esconder las heridas.
Y ese pulso que jugué, porque quise lo perdí.

Andrés Calamaro

lunes, 3 de noviembre de 2008

EL PELEADOR CALLEJERO





Siento una voz que me dice, agúzate, que te están velando.
Siento una voz que me dice, agáchate que te están tirando.
Y yo pasaría de tonto si no supiera, que uno tiene que estar mosca por donde quiera, y es por eso que yo digo de esta manera, que este individuo no sabe en que se metió….

(Agúzate/Ricardo Ray & Bobby Cruz)


“Esperando que pare de llover para tirarme a la calle, porque cuando el agua cae, no se queda seco nadie, y no me voy a mojar, porque se me daña el pelo. Así decía Marcelo, pero hablando sin pensar, que no se puede dañar lo que nunca ha sido bueno. Ponte el sombrero, busca una capa, que del agua nadie se escapa”.


Esta estrofa de una canción del Cheo Feliciano que se llama Si por mi llueve, la cantaba con mi amigo el Monsi cuando íbamos a salir de boronda por el barrio en la época en la que vivíamos felices sin tener nada, y cuando jugábamos fútbol en la canchita.

Hoy, paralelo treinta y ocho en esta nueva esquina de Calle Luna y Calle Sol, le puedo decir que todavía conservo la fe del niño, pero tengo la sorpresa de la serpiente, y esto lo aprendí en la calle cuando me tocó salir a rebuscarme la vida después de que todos mis amigos se murieron por andar en caminos culebreros. Es que “La calle es una selva de cemento, y de fieras salvajes, cómo no”, y esto se lo he escuchado a mi hermano cuando se está bañando para salir por ahí, y cuando le pregunto que quién lo canta, él me dice que “El hombre que de frente parece que está de lado”.

¡Safa jirafa! Desde la esquina en la que antes me reunía con mis amigos a contar películas y a bataniar, comencé a ver cambios en este lado de la ciudad, y mi consuelo es que me dicen que también en el resto del mundo, en otras ciudades, están pasando cosas que ni me alcanzo a imaginar. Casi todos mis buenos recuerdos se me están borrando, y desde este lugar en el que ahora me encuentro todo Solano Patiño, para no decir amurao como lo dicen los chicos malos, estoy aprendiendo a ver con otros ojos cómo pasa la vida en esta ciudad tan llena de compromisos difíciles de cumplir.

Es cierto. En la época en la que teníamos en la casa un televisor en blanco y negro que conseguimos en una prendería, el guaguancó y el saoco que vivíamos, era mejor que lo que se respira ahora. En ocasiones debido al agite y al bugalú de la cuadra, siento temores y pienso en lo que podría suceder si mi mamá se queda toda solita, aunque muchos aseguran que aquí en el barrio pueden pasar cosas malas, pero como yo soy de los últimos duros de la calle, un Street figthing mancomo dicen los Rolling Stones, a mí no me va a pasar nada. El cuento todavía me lo creo, aunque después de haber andado en tanta esquina correteando tanta hembra, enredado en mil problemas, y haber peleado con galladas completas, me estoy sintiendo cansado con la chapa. Creo que ya es hora de que me convierta en la tranquilidad en pasta, pero si lo hago, debo hacerlo de a poquito, no lo puedo hacer de una, pues hay mucha gente que espera verme patinar para dar el zarpazo, y si me descuido, me van a dar en la chola un sartenazo, y soy hombre muerto. Aquí donde usted me ve, camará, soy un hombre decente, así haya tenido una vida azarosa con muchos momentos tristes.

¿Que si alguno en especial?
Pues claro. Uno muy exclusivo que me sucedió un 24 de diciembre cuando andaba de con unos amigos del barrio en un centro comercial de lujo, y unos manes nos gritaron, “Cuidado que allá vienen los anormales”. Recuerdo que toda la gente, hasta los vigilantes y los tombos, se pusieron moscas y corrieron hasta donde estábamos nosotros para patiarnos pensando que íbamos a bajar de pinta a la gente. Pero no, que va. Solamente queríamos mirar las vitrinas, soñar con las zapatillas de marca y las cachuchas de los Yankees, y claro, escuchar aunque fuera desde la puerta de los almacenes de discos, la música que estuvieran colocando en las cabinas para saber si la de estos lados de la ciudad, era la misma que se oía por las calles del barrio.


A mi lo único que me gustó de ese día, fue el nombre que nos pusieron: “Los anormales”, ¿Y sabe por qué?, pues porque esa era una de las frases de batalla que repetía Héctor Lavoe en los conciertos con la Fania All Star. A partir de ese día nos empezamos a llamar los Anormales, pero sólo por hacerle un homenaje al Cantante de los Cantantes, y para que no se nos olvidara, que por allá no debíamos volver. Desde ese diciembre hasta la fecha, te conozco bacalao aunque vengas disfrazado, manejo mi swing con suavidad, y no me acelero para nada, ni siquiera cuando corto el frío de la noche con un cuchillo

Recuerdo que mucho antes de ser lo que ahora soy, mi mamá, cuando yo llegaba todo sudado de jugar fútbol en la cuadra de abajo, después de haber salido del colegio, me decía que me cuidara mucho, que hiciera siempre las tareas, que no anduviera en malos pasos, y para protegerme y para que recordara sus palabras, me daba besitos y me echaba bendiciones antes de acostarme.

Un día cualquiera, viendo que mis amigos tenían escapularios y yo no, le dije a mi mamá que me regalara dos:
Uno para amarrármelo en el tobillo por si tenía problemas poder correr y que no me alcanzaran, y otro con la imagen del Milagroso de Buga para colocármelo en la muñeca de la mano izquierda, para poder pegar bien duro y donde debe ser para que no vuelva a salir pelo. ¿Qué si me han servido los escapularios?
¡Claro que si, y mucho! Hasta ahora siempre he llegado a la casa.

Cuando empecé a apartarme de lo que me enseñó mi mamá, la vida me la montó de una, pues comenzó a no tener consideración conmigo, y es por eso que tuve que aprender a hacerme el ambiente, a matar ratas a bate y tiros, en otras palabras, aprendí que si me toca llevarme a alguien por delante, tengo que hacerlo para poder sobrevivir. Esta es mi segunda religión, la que más practico, y el templo en el que he aprendido todo lo que necesito para poder seguir vivo, es la calle con sus noches oscuras y sus callejones impregnados con el olor que despiden los orines de las bestias enjauladas, y con la saliva que se le cae a la muerte cuando se ríe del que tiene miedo porque sabe que va de este mundo sin despedirse.

A veces tengo un sentimiento raro. Me aparece por las mañanas cuando he llegado tarde a la casa después de andar por ahí con algún parcero. Mi mamá sufre cuando entra a la pieza y no me ve acostado en la cama, y cuando esto sucede, trato de contentarla, pero es difícil para los dos, y lo teso es que quedo muy mal y no me mejoro ni mirando las callecitas a través de la ventana de la pieza que comparto con mí hermano. La sensación la comparo con lo que sentiría después de haberme enfrentado con un man de dos metros, y que conste que yo no le tengo miedo a nadie, ni siquiera a los que mataron al Negro Bembón.

Eso tan raro que siento, al Monsi le dijeron que me lo podía quitar con un bareto, pero prefiero sacudirme viendo peladas por la cuadra, y si las cosas están duras en la calle y con las nenas, pues de una aprieto el escapulario, y para las que sea. Es que le digo una cosa:
Yo me gané bien ganado en el barrio el puesto que tengo apretando los dientes de leche, luego mordiéndome la lengua con los dientes nuevos cuando como chicle, y al final escuchando solamente la voz de mi conciencia, calculando el golpe, o corriendo de tubo pa’ mi casa. Todavía dicen por ahí, que soy el Diferente, el que nació cuando no le tocaba, pero yo, quieto, conmigo no hay cuento, puro Sonido Bestial ahora y siempre, aunque la historia de mi vida sea como una avalancha que no se detiene ni al final de mi Guaguancò triste.

¿Dígame una cosa: A usted le parece justo que hayan matado al Negro bembóm, y todo por un maní? Por ahí dicen que llegó la policía y atraparon al ladrón, pero eso yo no lo sé, y tampoco estoy seguro si Perico era sordo, y si fue por eso que lo mató el tren. Pobre Perico.


Y claro no se lo voy a negar, me gustaría que todo lo que sucede cambiara para mejorar, y sobre todo pienso así, cuando me levanto por las mañanas y puedo subirme a la cama de mi hermano mayor a mirar a través de la única ventana que tenemos en el cuarto. Mirando a través de ella, vuelvo a ser feliz y vuelvo soñar, sobre todo cuando cae lluvia menuda sobre los techos y aparece el arco iris, y es en ese momento cuando los ojos de mi imaginación van más allá de la cuadra en la que se encuentra mi casa y se detienen en la canchita que pintamos en el suelo los de la gallada para poder jugar por las tardes tremendos clásicos entre verdes y rojos después de salir de la escuela.

Recuerdo que en mi época de futbolista nocturno, cuando llegaba a la casa a comer, a hacer las tareas y a alistar la ropa para el otro día, le preguntaba a mi mamá que por qué la vida era tan diferente para todos, y ella sin saber que decir, me sobaba la cabeza y me silabeaba muy apagadito cosas que yo no le entendía, y claro, me quedaba loco, me entristecía en canti, mucho más cuando los ojitos se le llenaban de lágrimas que yo le contaba en silencio cuando caían sobre la almohada, y ella toda valiente, sacando fuerzas de donde no las tenía, me cubría de besitos para que me olvidara del asunto, y para que no quedara bajito de melodía, me daba permiso para ver televisión hasta las nueve de la cheno.

Hoy mientras camino con el pucho de la vida apretado entre los dientes, aprendiendo todo lo bueno y aprendiendo todo lo malo, para que no me llamen gil, he comprendido gracias al Willie Colon, que no es lo mismo tiempo pa’ matar, que matar el tiempo, o lo que es peor, que no es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar.

A mí no se me olvida nada de lo que he aprendido pa sobrevivir, ni siquiera los gritos en japonés que me enseñó el man gordo de la academia Budokán que se hacía la planchita en la peluquería de la esquina cuando se cortaba el pelo. Él me dio mis primeras clases de Judo por la ventana, y yo les aumenté cabezazos, patadas voladoras, golpes con cadena y con el canto de la mano, claro que para esto hay que tener callos como los míos en las dos manos, y tener la capacidad de aplicar la mirada cincuenta y uno, o la setenta y dos que es la más dura de todas. Tengo ciento veintitrés patadas voladoras registradas, y ochenta y cuatro llaves en mi memoria. Soy una máquina de matar. ¿Dígalo viejo man?
Ah, el gordo de la academia también me enseñó a usar zapatillas por si me tocaba salir volao de un peligro que de pronto fuera más grande que las intenciones de quedar bien en mi barrio.
El verano ya está aquí, el tiempo para pelear en las calles es el correcto, “Estos novatos que creen, si este es mi barrio papá”, mi puñal tiene sangre de muchas batallas, tiene problemas solucionados, y claro, también tiene una que otra culebra que quedó viva, y si no me cree, pregúntele a Pedro Navajas, aunque es como difícil pillarlo. Nadie sabe donde está.

Desde esta esquina de la que dicen que está hecha de lápidas y casquillos de balas, puedo decirle que todo cambió, que la gente empezó a estar cada una por su lado con su moda rebuscada, sus carros lujosos, sus bailados raros, su cuento y su bembé sacado de las revistas y de la televisión en colores, pero a pesar de todo esto, yo sigo aquí firme como siempre, sosteniéndole la mirando al que me mira, hablando con el que me habla, alerta para la sambumbia, la salsa del macoró, y el rock de los Stones que no me puede faltar. No tengo trailers para contar mientras cuento películas, tampoco soy puro cuento, y si alguien me pone problemas, le pongo la punta de mi zapatilla en la punta de la nariz, y eso sí, le garantizo caída libre segura y de una para el hospital.
Es que conmigo la cosa es dura. Sigo siendo el Diferente, “el que de frente parece que está de lado, el que respira debajo del agua, y el que toma gasolina” para estar piloso. Por esto es que tengo la piel dura como las piedras, la mirada como el concreto, y gracias a todo lo que me ha pasado, no le tengo miedo a nadie, soy mi propio mayoral, y el que me ponga problemas, conversa con mi puñal, y cuando hay que correr, pues corro.

Por esto te digo mi brother que uno tiene que estar mosca por donde quiera, para que nadie diga “Que ese muchacho no sabe en lo que se metió”. Mejor dicho, como lo dicen Ray Barreto y La CeliaNadie se salva de la rumba, a cualquiera lo llevan a la tumba”, y esto fue lo que le sucedió al pobre “Goyito Sabater”, un hombrecito del barrio que se atrevió a decirle a una mujer ajena cuánto la quería. Una tonta tontería, y como en las películas baratas, el amor, el desprecio y el peligro doblaron por la esquina del callejón, y el “Goyito Sabater” comenzó a diluirse en un mar de dolor y dudas que se mezcló con la sangre que perdió en una calle mocha mientras se moría todo solito.

Yo sé que cuando crezca, si acaso llego a vivir otros años, me voy a tener que encontrar de frente con la pelona, o con el torcido de Juanito Alimaña porque el Cartel seguramente dará la orden de que a mí me toca perder, y si no llego a morir peleando contra ella, o contra la malicia viva de Juanito en alguna calle que no sea la mía, segurito que moriré a manos de los que trafican con una nueva muerte que apareció con su tumbao raro para quedarse gobernando en la selva de cemento, o perseguido lejos de mi casa por unas galladas extrañas que se hacen llamar los nuevos duros, unos manes vestidos con mechas finas, unos marquilleros llenos de alhajas que además utilizan gafas oscuras pa’ que no sepan que están mirando mientras pasan en carros sin placas, muy despacito por la avenida.

Y si me llegan a matar, no podré volver a jugar fútbol en la canchita, ni hacer las tareas con mis lápices de colores, ni a hacer muñecos de plastilina, mi mamá no volverá a darme besitos cuando me vaya a acostar, tampoco podré volver a ver televisión hasta las nueve de la noche, y mucho menos a asomarme por la ventana del cuarto que comparto con mi hermano. Mejor dicho, como lo dijo el Jefe Daniel Santos, ya no habrá quien salga loco de contento con su cargamento para la ciudad, ay, para la ciudad...

Luis Carlos Bonilla Sandoval (Medellín, Marzo 21 de 1999)

     DIATRIBA FRENTE AL ESPEJO®   Como sabía que en el Taller de Literatura de la universidad, el profesor me iba a preguntar el signi...